¿CÓMO SE ESCRIBE UN POEMA?: LORENZO GOMIS

Siempre he escrito los versos a rachas, a veces espaciadas. Lo primero es sentirme descargado del peso del trabajo y las obligaciones inmediatas. Así las vacaciones son más propicias que el resto del año, el domingo más que el resto de la semana, el campo más que la ciudad. No tener nada especial que hacer suele ser la condición previa. La contemplación aparece cuando la acción no urge.

No basta, sin embargo, no tener nada que hacer. Hay otra serie de condiciones difíciles de percibir, pero que suelen darse. La distracción es una. El primer verso, se ha dicho muchas veces, suele venir, no se sabe de dónde, inesperadamente. El primer verso da ya el tono y el ritmo, y a menudo el tema. No siempre el primer verso es seguido de otros. A Antonio Machado le encontraron al morir un primer verso huérfano y perdido en el bolsillo. Pero si el primer verso coincide con una música callada, inaudible pero presente, y la imaginación se pone a trabajar sobre una cosa interesante, el poema se está haciendo. La sensación es que se hace solo, y que sólo hay que vigilar, como la cocinera vigila la olla o el pastor vigila el rebaño. A veces la inteligencia interviene discretamente para poner orden en el juego (tiene mucho de juego).

El poema se hace con palabras, no con ideas, ya se sabe. Pero las palabras se combinan al calor de una experiencia, actual, reciente o recordada, real o fingida. La experiencia es como la instancia que pide respuesta. En el poema que pongo más abajo (es de Los restos de Ampurias, escrito en los años sesenta), la experiencia es esta tan común de mirarse en el espejo y verse otro, probablemente algo más viejo. El poema consiste en no tomar esto como una reflexión, sino como una realidad, en serio. El que aparece en el espejo es realmente otro y no sabe uno quién es ni qué hace. El episodio familiar se ha vuelto extraño. El primer verso, el llegado de repente –“A veces pienso que algo se prepara”- no da el tema, sino el tono de extrañeza, de suspicacia, de alarma, que introduce la historia. La historia –casi instantánea, más descripción que narración- adopta la forma de soneto (*). Las repeticiones de sonidos hacen más misterioso e inevitable el sentido. El humor discurre acorde con el temperamento del autor, requisito recomendable para la autenticidad del producto y un poco sello de la casa. El rasgo irónico final es un aviso al lector para que se ría de la inconsciencia del hombre que se mira al espejo.

El título suele ponerse después. Está fuera de la obra. En este caso, lo que anuncia es el tema. No forma parte del poema, sino que lo presenta.

LA EDAD

A veces pienso que algo se prepara.
Cada mañana veo en el espejo
un hombre que me mira, un hombre viejo,
un viejo que me mira cara a cara.

No le conozco, pero –cosa rara-
me mira con sonrisa de conejo
y me coge el cepillo, si le dejo,
y se afeita en mis barbas, y no para.

Y no para y no para de imitarme.
No sé si es un actor o es un abuelo,
un viejo actor que estudia bien mis gestos

o un abuelo que viene a consolarme.
Es más viejo que yo, ya es un consuelo,
mi compañero de los ratos estos.

LORENZO GOMIS (Barcelona, 1924 – 2005)

Del libro Cómo hacer un poema, Editorial PRE-TEXTOS (2002)

(*) soneto. (Del it. sonetto, y este del lat. sonus, sonido). 1. m. Composición poética que consta de catorce versos endecasílabos distribuidos en dos cuartetos y dos tercetos. En cada uno de los cuartetos riman, por regla general, el primer verso con el cuarto y el segundo con el tercero, y en ambos deben ser unas mismas las consonancias. En los tercetos pueden ir estas ordenadas de distintas maneras. (Diccionario de la RAE)

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